Cuando el expositor terminó la conferencia sobre la importancia de consumir alimentos naturales y la influencia de una buena alimentación en la salud les dijo a todos los asistentes:
“Damas y caballeros, vamos ahora a tomar el almuerzo y volveremos en 60 minutos para hablarles sobre la prueba final en la escogencia de los nuevos empleados de nuestra empresa de comida saludable. Pasemos entonces al buffet y sírvanse libremente”.
Llegado el momento en que el inmenso grupo volvió al salón de conferencias el anfitrión les anunció:
“Queremos agradecerles a todos por haber participado de este entrenamiento y por solicitar trabajar para nuestra compañía. Ahora, sobre la prueba final, les diré que ya la presentaron, sólo que ustedes no se dieron cuenta. Cuando fueron al comedor y se sirvieron, observamos bien quiénes optaron por la comida saludable con nuestra marca y quienes escogieron lo que hemos denominado comida chatarra.
Para nosotros es muy importante que nuestros representantes no sólo tengan la información correcta y se la puedan transmitir a nuestros clientes, sino que ellos mismos consuman estos alimentos porque están convencidos de que son la mejor opción en nutrición. Por favor quienes tomaron la comida saludable acompañen a nuestro gerente de recursos humanos al salón contiguo”.
Una situación similar le aconteció a dos seguidores de Jesús, habían estado con Él, habían aprendido muy bien sus doctrinas, eran capaces de exponerlas con pasión, pero no conocieron a Jesús cuando resucitado iba caminando y conversando con ellos durante los 11 kilómetros de distancia entre Jerusalén y Emaús.
¿Y por qué les sucedió eso? Porque tenían una enfermedad que la Biblia llama “ceguera espiritual”, una patología espiritual que les impedía ver lo que tenían enfrente de sus ojos. Pero la historia no termina tan mal, cierra de una manera bonita, puesto que Jesús les abre los ojos para que lo reconozcan y sepan quién era realmente Él. La sanidad vino en el momento en que Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio a comer. Justo en ese instante vieron a su Señor y Salvador.
En la vida cristiana no basta con haber estado en el grupo de Jesús, conocer de Jesús y hablar de Jesús. Hay que conocer a Jesús. ¿Y cómo? Nutriéndonos de Él. Y nos nutrimos de dos maneras:
Primeramente, comiendo lo que Él nos da a través de su Palabra, la Biblia. Y en segundo lugar, masticándolo a Él mismo, en un sentido espiritual, ya que Él es nuestro “Pan de Vida”.
Jesucristo es la provisión de Dios para el alma sedienta y hambrienta, el que come y bebe a Jesús nunca más tendrá ni hambre ni sed espiritual. Él es la comida que abre los ojos espirituales. ¿Y sabes algo? Esos son los discípulos que Dios quiere, los que anuncian a su Hijo Jesús como el verdadero “Pan espiritual”, porque ellos mismos lo han consumido en sus vidas.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.