La casa del terror pudiera ser la carpa que se instala en las ferias de juegos mecánicos y a donde se entra pagando para que lo asusten. Es un espacio que han aprovechado al máximo construyendo en él pasadizos estrechos, oscuros y con decorado tenebroso. La casa del terror pudiera ser también el local comercial donde venden disfraces y bromas para provocar miedo y que son usados en fiestas o eventos sociales. Y la casa del terror pudiera ser el hogar al que nadie quiere llegar porque en él vive un monstruo con una lengua horrorosa que hace problema por todo, se queja por todo y reclama por todo.
Y la peor de las tres casas de terror es la última, porque al fin y al cabo la del parque de atracciones mecánicas y la de venta de disfraces y bromas son para diversión y duran sólo unos pocos minutos. En cambio, la de la persona malgeniada, pendenciera o celosa es una tortura china que hay que soportar día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto y segundo tras segundo. Es una tensión emocional permanente que destroza los nervios de todos los que viven bajo el mismo techo.
Ese tipo de seres humanos se vuelven unos vampiros que te succionan la sangre del entusiasmo, te roban la alegría de la vida y te dejan pálido, maltrecho y tirado como un desecho. Son unos Frankestein con tornillos en el cuello que andan buscando con lupa cualquier mínimo error tuyo para armarte el escándalo del siglo.
Son los muñequitos Chuckie del terror que se la pasan haciendo mala cara y se pelean con los vecinos, el lechero, el panadero y hasta el vigilante del barrio. Para estos seres las señoras de enfrente son unas viejas brujas, y los niños, los perros y gatos de al lado, son insoportables.
Lo anterior pareciera una película de espanto, pero es la vida real, porque gente así la hay por todas partes. Y lo peor es que estos individuos ni siquiera se dan cuenta de que ellos son los que hacen de cualquier cielo un infierno. Según sus razonamientos el mundo entero está mal y los únicos buenos son ellos mismos. Si tan sólo se miraran al espejo y se dieran cuenta de que con su actitud se están amargando la vida y se la están amargando a los demás. Si tan sólo dejarán de fastidiarse a sí mismos y fastidiar a los otros. Si tan sólo dejaran de hacerse las víctimas y se dispusieran a disfrutar de la vida con todas sus dificultades. Y si tan sólo sembraran amor en lugar de discordia, esas personas harían de cualquier infierno, el más bello cielo.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.