(1 Samuel 12:3; 1 Pedro 3:16).
Cuando el profeta Samuel estaba muy anciano y sabía que había llegado la hora de dejar de gobernar a Israel, reunió a todo el pueblo y le invitó a que le dijera si había alguna queja contra él, si alguna persona podía acusarle de algo incorrecto, puesto que desde muy jovencito él había sido puesto por Dios como líder de ese país. Nadie tuvo reclamo alguno, toda la nación debió reconocerle que había sido un hombre intachable. ¿Te atreverías a preguntarle eso mismo a los que te han conocido?
La verdad, es difícil, porque aunque uno pueda creer que siempre se ha portado bien, la gente pudiese aprovechar la circunstancia para sacarnos los trapitos al sol, aunque fuesen pequeños:
– Una vez le pedí un favor urgente y usted de mala manera se negó a hacérmelo, aunque tenía cómo hacerlo, y eso me hizo tomarle rabia
– Usted siempre ha sido muy demorado para pagar, es un peligro prestarle dinero
– A mí nunca me devolvió un libro que le presté
– Yo le presté una herramienta y usted me la devolvió demasiado tarde, sucia y dañada
– Usted enamoró a mi hija y le endulzó el oído prometiéndole esta vida y la otra y después la dejó hecha un mar de llanto para irse de novio con otra
– Una vez le pagué para que me hiciera un trabajo en la casa y me cobró bien caro, lo dejó mal hecho y nunca quiso volver a hacer las reparaciones
– Usted es mentiroso, se compromete, queda mal y después inventa excusas increíbles
– Usted no deja hablar a los demás, habla como cotorra y no sabe escuchar
– Usted se la pasa hablando mal de Raymundo y todo el mundo, para usted no existe ni un solo ser humano que valga la pena, su lengua es miedosa
– Yo le di hospedaje en mi casa por una semana y usted, sin vergüenza, se quedó un mes
– Siempre ha sido un recostado, siempre espera a que los demás le paguen la cuenta
– Nunca controló a sus hijos, esos chicos me desbarataban la casa en cada visita.
Y la lista pudiese ser larga, pues rara vez uno se toma el tiempo y el cuidado para evaluarse a sí mismo o para reconocer que muchas de las quejas contra nosotros son verdad. Preferimos enojarnos, sacar excusas, o vengarnos sacándole también los trapitos al sol a la otra persona.
El apóstol Pedro nos aconseja que tengamos la conciencia tranquila, que no demos motivo para que hablen mal de nosotros, que seamos cuidadosos al actuar y hablar, para que nadie tenga queja sobre nosotros. En pocas palabras… ¡pórtate bien!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.