(2 Tesalonicenses 3:6-12; Salmo 37:23).
Iván estaba tirado en el sofá haciendo gestos de dolor mientras su madre le masajeaba el pie que se había torcido cuando accidentalmente pisó uno de los patines que estaban tirados en su habitación provocándole una terrible caída.
– Ahí tienes las consecuencias de tu desorden, yo te lo había dicho decenas de veces, organiza tu cuarto, porque en habitación desordenada, golpe seguro. Vamos a ver si ahora sí le prestas atención a tu madre y la organizas.
– ¿Pero mamá, cuál es tu empeño en que yo organice mi cuarto? ¿Qué tiene de malo? ¿Cuál es el problema con que parezca cueva de loco o que huela a jaula de mono?
– Te voy a decir porque desde pequeño uno debe aprender a ser organizado en la vida, aún en los mínimos detalles. Mira, cuando uno se acostumbra a no tener orden en cosas tan ínfimas como una habitación, la mente se ajusta a ese patrón de comportamiento y luego lo va a traducir en un estilo de vida desordenado. Te lo explico. El desorden se forma no en un día, sino en varios en que vas dejando cada cosa fuera de su lugar. No es que uno dice voy a hacer un desorden, sencillamente va dejando una cosa aquí y otra allá con la idea de que después las pondrás en su sitio. Pero mentira, pasan y pasan los días y cuando vas a ver ya está el desorden, lo fuiste construyendo poco a poco. Por eso es que sale más barato y rápido tomarse unos segundos para dejar cada cosa en su respectivo lugar.
Ahora, ¿cómo se traduce eso en la vida? Tu mente se acostumbra a que puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y donde quieras, porque alguien aparecerá de algún lugar para poner orden en lo que tú no ordenaste.
Y así, en el amor, en el trabajo, en la familia, en el estudio, en el deporte y en cualquier actividad, vas dejando asuntos pendientes, sin atender. ¿Y qué pasa después? Que ese caos te estresa, te llena de tanta ansiedad que crees que es mejor ni pensar en eso, y dejas las cosas tiradas, sin resolver, porque ya no tienes capacidad para lidiar con ellas.
La gente que anda desordenadamente no sólo se afecta ella, sino que afecta a los demás. Por eso es que Dios nos pide que seamos ordenados. Y si no lo somos, Él nos ofrece ordenar nuestros pasos y aprobarnos.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.