(Romanos 8:28).
Gracias Dios por todas las cosas “malas” o “desagradables” que nos suceden pero que al final redundan en grandes beneficios para nosotros y los demás. Gracias Dios por todas esas semillas de bien que llegan a nuestras vidas disfrazadas de malas noticias pero que a su debido tiempo germinan en excelentes noticias.
Gracias Dios por los aparentes infortunios que en una primera impresión nos provocan rabia, frustración y hasta dolor, pero que a la postre, al revelarse como bendiciones, nos dejan el alma extasiada, gozosa, satisfecha.
Gracias Dios por José, el hijo de Jacob, porque si sus hermanos no lo hubiesen vendido como esclavo a Egipto y él no hubiese sido blasfemado y encerrado injustamente en la cárcel, jamás se habría convertido en el primer ministro de ese país.
Además, nunca hubiera desarrollado ese carácter justo y templado que le legó la adversidad y que le permitió ser un gran líder en un tiempo de grave crisis alimentaria mundial.
Gracias Dios por Moisés, pues si no hubiese tenido que huir de Egipto y vivir exiliado 40 años donde su suegro, un sacerdote tuyo, jamás se hubiera convertido en el líder y libertador de millones de judíos desobedientes e insoportables a los cuales debió dirigir durante 40 años en un desierto donde no hay sino arena, sol, hambre y sed.
Gracias por esa aparente desgracia de Moisés, la que finalmente le dio la gracia de transformarse en el hombre más manso de la tierra.
Y lo hizo dejando a un lado la soberbia y la prepotencia de un chico criado en la corte del faraón, como nieto de él, y en la línea de sucesión al trono de ese gran imperio.
Gracias Dios por Jesucristo, el cual tuvo que ser rechazado por su pueblo y hasta por sus hermanos, y también tuvo que ser escupido, golpeado, ultrajado, crucificado y sepultado.
Si esto no hubiese acontecido, jamás habría resucitado y jamás hubiese ascendido al cielo para sentarse a tu diestra.
Y sin ese doloroso proceso tampoco ningún ser humano podría alcanzar el perdón de los pecados, la liberación espiritual, la sanidad física y mental, el nuevo nacimiento como hijos tuyos y la entrada libre al cielo para reinar eternamente con Él.
Gracias Señor por haber permitido que el apóstol Pablo cayera a la cárcel, pues si no hubiera sido así, jamás habría ido a Roma apelando a César.
Tampoco el evangelio hubiese llegado a Europa y no hubiese trascendido a las tres Américas y el Caribe.
¡Gracias Dios! ¡Gracias por lo que estás haciendo en mi vida, aunque sea algo doloroso en el presente!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.