(Mateo 16:26).
El mundo de hoy saca cuentas de lo que vale ser un tipazo o una diva. Hay que empezar por los gastos académicos, sumando primaria, bachillerato, universidad, post grados y seminarios. Luego viene el renglón de las cirugías estéticas, ortodoncia, tratamientos capilares, faciales y corporales. Después hay que adicionar gimnasios, entrenadores personales y dietas con suplementos alimenticios.
Y finalmente, agregar el valor de la ropa de marca con todos sus accesorios, gafas para sol, lociones, perfumes, maletín ejecutivo, celular, laptop y un automóvil que sea del año, lujoso y bien costoso. Cuando ya se ha construido una persona con todas estas características el mundo le tiende alfombra roja, le concede todo su elogio y admiración y hasta le envidia. Un hombre o una mujer así hacen parte del “jet set” y se cotizan muy valiosos en la alta sociedad.
Por el contrario, un hombre o una mujer corriente, que no tiene títulos de prestigiosas universidades, que no va al gimnasio sino que su cuerpo tiene más rollos que la Kodak, que no se ha hecho ni cirugías estéticas, ni tratamientos de ortodoncia, ni faciales, ni capilares, ni corporales, que en lugar de oler a perfume huele al smog de la calle, que a cambio de una laptop lleva un cuaderno y que en lugar del auto costoso se transporta en autobuses, esa sí que es una persona casi sin valor, su cotización es pobre, ningún paparazzi le persigue y nadie le saluda o le entrevista.
Sin embargo, cuando dejamos de mirar la forma como el mundo actual nos valora, o la famosa bolsa de valores de Wall Street, y nos fijamos en Dios y su Palabra, nos llevamos la sorpresa de que Dios cotiza al ser humano de manera muy diferente. Para Él tienen tanto valor el alto ejecutivo de Manhattan, como el sujeto sucio, desdentado y despeinado que recoge basura reciclable en la calle.
Primeramente, en la escala de valores de Dios, lo que más vale en un ser humano es su alma, a tal punto que si alguien ganara el planeta entero pero perdiera su alma, haría el peor negocio.
En segundo lugar, se cotiza muy alto por ser una creación original de Dios, quien lo formó con sus propias manos.
En tercer lugar, por el gran trabajo de ingeniería y arquitectura que requirió.
En cuarto lugar, por el gran amor que Dios le tiene, lo cual dispara su valor.
Y en quinto lugar, porque para recobrar al hombre, su obra de arte, Dios debió pagar la cifra más alta que ninguna transacción ha alcanzado o alcanzará: la vida de su propio hijo, Jesucristo, el cual fue entregado en sacrifico en la cruz del calvario hace 2000 años.
¡Realmente tú vales mucho, muchísimo, demasiado!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.