Doña Rosa le decía su vecina: “¡Ah no, no, no! Ese perro mío es una maravilla, yo le hablo en español y entiende, y mi hija le habla en inglés y entiende.
Por ejemplo, si le decimos que vayamos al parque, va y se para frente a la puerta. Si le decimos que venga a comer, va y se para frente a su vasija.
Y si le decimos que lo vamos a bañar, corre y se mete debajo de la cama. Ese animalito es un genio”.
Lo que no sabe doña Rosa es que su can no entiende ni español ni inglés en cuanto al contenido semántico de las palabras, él no diferencia los verbos pasear, comer y bañar. Pero lo que sí hace muy bien su perrito es asociar los sonidos que escucha con las actividades que le preceden o le suceden. Y aparte de ello, diferenciar el “cómo se le dicen” esas palabras.
Vale la pena hacer este experimento: acércate cariñosamente al animal, acarícialo y dile con voz mimosa que él es un perro feo, tonto, que no vale nada, que sería bueno que se perdiera en la calle y que no volviera a casa. Notarás que el animal te moverá la cola feliz, se tirará al piso y te pondrá la panza para arriba para que lo sigas acariciando.
Otro día, acércate a él de manera amenazante, háblale fuerte, golpeado, y dile que lo amas, que él es el can más hermoso que existe en la ciudad y que es muy inteligente y muy valioso para ti. ¿Qué crees que pasará? El pobre animal meterá la cola entre la patas, se agachará, bajará la cabeza y hasta se orinará del susto.
¿Y a qué se deberán estas reacciones en el perro? Se deberán no a las palabras que les dijiste, sino a la manera como se las dijiste. Es lo mismo que nos acontece a los seres humanos cuando nos hablan de buena o de mala manera. Por ejemplo, si se nos habla de forma agresiva, lo que más nos hiere no son las palabras en su valor semántico, sino la forma en que se nos lanzan.
También nos lastiman los gestos y la expresión corporal que acompañan a dichas palabras, por lo cual quedamos con la sensación de haber sido agredidos, ofendidos y dejados con heridas sangrantes.
Pero no siempre somos las víctimas, en otras ocasiones jugamos el rol de victimarios, incurriendo en el error de maltratar verbalmente a las personas que nos rodean. Es por ello que no sólo debemos tener cuidado con lo que decimos, sino también con la manera en como lo decimos.
Y hay que vigilar de igual forma los gestos y la expresión corporal que acompañan nuestras palabras, pues comunicamos mucho más con la expresión no verbal que con la verbal. Ya basta de la violencia en la comunicación, seamos prudentes y delicados. ¡Sembremos amor!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.