¿Por qué razón cuando se están repartiendo regalos el que ha dado uno espera ansioso a ver la reacción del que lo recibe? ¿Y por qué mientras el destinatario del paquete se toma todo su tiempo para abrirlo, quien se lo compró y se lo empacó se desespera y le dice: “ya, rompe ese papel”? La respuesta es: porque tan emocionante como el recibir, es el dar.
Por eso, si tienes oportunidad de participar en una entrega de regalos, fíjate bien que el que pide que el obsequio se abra de inmediato es quien lo ha dado. Y si miras los rostros del que dio y el que recibió, notarás que la emoción es de parte y parte. Advertirás igualmente que la mejor recompensa que recibe quien ha dado un regalo es que quien lo recibe se alegre, halague lo que se le ha dado y lo disfrute.
Pero cuánta frustración queda cuando sucede lo contrario, cuando la persona a la que le hemos dado algo toma nuestro obsequio y lo pone con desgano en otro lugar y dice algo como: “gracias, está bueno, voy a dejarlo aquí, más tarde lo miro.” Y eso es exactamente lo que mucha gente hace con Dios, lo ofende y lo entristece al no darle las gracias con buena actitud y al no disfrutar de sus dádivas.
Dios, como buen Padre, procura siempre lo mejor para nosotros, y su anhelo es vernos felices disfrutando de todo aquello que Él nos ha provisto. Es así como se toma todo su trabajo en protegernos del mal, en darnos el alimento diario, en prepararnos techo y ropa, en cuidar nuestra salud corporal, mental y espiritual, y en completar la obra de perfeccionamiento que un día inicio en nosotros.
¿Y cómo le pagamos algunos de nosotros? Quejándonos por el sol y quejándonos por la lluvia. Lamentándonos porque sí y lamentándonos porque no. Comiendo nuestros alimentos como si fueran un purgante. Vistiéndonos con el mayor desgano del mundo y tratando nuestra vivienda como si fuera una pocilga. Además, viviendo la vida con complejo de mártires, esperando a ver quién nos ofende o nos roba, para así poder decir:
“mírenme, qué miserable soy, pobre de mí, el Señor me tiene en duras pruebas, este mundo en un calvario, ¡ay, ay, qué dolor!”
Ese es el tipo de personas que no se aguantan ni ellas mismas, que van para el cielo y van llorando. Se pregunta uno: ¿qué les hará felices, cómo extirparles el lamento, cómo librarles del complejo de mártires?
¡Ayayay! Esa gente es difícil, es mejor a veces ni encontrársela, porque no se sabe cómo reaccionarán. Si les saludas, se enojan y piensan que estás tramando algo, porque es sospechosa tanta amabilidad. Si no les saludas también se enojan y dicen que eres un grosero. Y si hablan contigo, te narran todos sus sufrimientos desde que nacieron, pues les encanta coleccionar ofensas y desconocer que existen un perdonar, olvidar y seguir adelante.
Por favor, entendamos que cuando Papito Dios nos da algo, nos lo da con amor, para que lo disfrutemos. Por eso, la mejor recompensa que le podemos ofrecer es serle agradecidos y disfrutar de sus dones. Ya no cometamos el terrible pecado de no gozar de sus dádivas. ¡No le ofendamos ni entristezcamos con más quejas e ingratitud!
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.