En una época en que todo el mundo está interesado en retrasar el envejecimiento, o al menos en no dejar que se note en la apariencia física, resulta de gran beneficio saber que hay un silencio en las personas que hace que el cuerpo se deteriore y el alma se arrugue hasta quedar como una uva pasa.
Se trata del silencio por la no confesión de una transgresión. No es un hallazgo de última hora, el descubrimiento fue incluso tema para la composición de una canción hace aproximadamente tres mil años.
Se trata del Salmo 32, en el cual el cantautor, el rey David, en lugar de tratar de ocultar su pecado, o disimularlo, como se acostumbra en la realeza, lo declaró públicamente al ritmo de uno de sus éxitos y el cual ha quedado para la posteridad en el cancionero de la Biblia.
“Mientras callé se envejecieron mis huesos porque me la pasaba lamentándome todo el día, día y noche, pero decidí cambiar de actitud, me dije a mí mismo, voy a confesarle a Dios mis faltas, y lo hice, y tú me perdonaste”.
Eso es lo que dice uno de los apartes del tema musical de David, el cual, en el original hebreo, es todo un poema hecho canción. Pero no sólo al traducirse al castellano la obra pierde su estética literaria y rítmica, sino que además el Salmo 32 se empobrece teológicamente, pues no transmite el gran significado que tiene en su génesis.
La verdad es que el verbo hebreo “Nasá” no significa perdonar simplemente, sino que quiere decir: levantar, cargar y alejar.
Y esto es importantísimo, porque el salmista dice que cuando confesó su pecado, cuando decidió romper el silencio que lo estaba consumiendo emocional y físicamente, entonces Dios mismo tomó ese pecado, se lo echó encima, se lo cargó y se lo llevó bien lejos.
Y allí ni más ni menos que se está profetizando lo que haría Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, pues en su propio cuerpo se cargaría el pecado de toda la humanidad.
No fue que lo perdonó, fue que Jesús lo tomó personalmente, lo levantó, lo cargó sobre sí y se lo llevó lejísimos, tanto como está de lejos el oriente del occidente.
Pero hay algo más sorprendente todavía, Juan el Bautista, quien fue el que llamó a Jesús el cordero de Dios, usó en griego el equivalente al verbo “Nasá”, usó “Aíro”, para decir no que Jesús quita el pecado sino que es el cordero de Dios que levanta el pecado, se lo carga él mismo y se lo lleva lejos.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.