(Romanos 8:28; Filipenses 1: 12).
Humberto está solo, enfermo y en mala situación económica. Su esposa lo abandonó hace 10 años junto con sus cuatro retoños cuando él le fue infiel con una compañera de trabajo. Fue una breve aventura amorosa pero que dejó como saldo un hijo ilegítimo del que nunca se ha hecho cargo y la ruptura de su matrimonio. Sabe que tiene un sexto hijo, el mayor, pero no sabe nada de su vida, pues lo engendró a los 19 años con su novia de la escuela, a quien nunca más volvió a ver después que la rechazó al no poder convencerla para que abortara. Algunos le han dicho que ella se casó y vive en otro país. Cuando se le pregunta a Humberto el por qué de su vida tan desordenada él dice sin dudarlo que todo se debió a su dura infancia, pues su mamá fue madre soltera y a su padre nunca lo conoció, aunque sí conoció de los abusos y el maltrato físico de un padrastro alcohólico.
Por otro lado está la vida de Felipe quien goza de un matrimonio sólido junto a Teresa. Ambos procrearon unas lindas gemelas que son su felicidad y quienes no sólo les han premiado siendo buenas hijas, madres, esposas y profesionales, sino que cada una le ha permitido gozar de buenos yernos y hermosos nietos a quienes esperan ansiosos los fines de semana cuando se reúnen las familias. Cuando se le pregunta a Felipe sobre el secreto para tener una familia tan bonita él dice sin dudarlo que todo se debió a su dura infancia, pues su mamá fue madre soltera y a su padre nunca lo conoció, aunque sí conoció de los abusos y el maltrato físico de un padrastro alcohólico. Cuando él se hizo adulto se fijó el firme propósito de que jamás formaría un hogar como el que él tuvo, sino que esperaría hasta encontrar a la mujer de sus sueños y fundaría una familia de la que estuviera orgulloso toda su vida. La mamá de Humberto falleció de cáncer en un ancianato de caridad. Él nunca pudo ocultar el odio hacia ella, el cual se manifestaba en cada visita cuando evocaban malos recuerdos y se hacían reclamos. Esos encuentros eran tóxicos para ambos. En lo que respecta a Felipe su mamá está muy anciana, pero él no ha querido recluirla en un ancianato y prefiere pagarle una enfermera privada. Además ella se muestra muy lúcida y es capaz hasta de resumir las enseñanzas del pastor de la iglesia. Felipe se la llevó a vivir a su casa cuando su padrastro la dejó para irse con otra mujer. En esa ocasión él le confesó: “Mamá, quiero que sepas que te amo, que he perdonado y olvidado todas las cosas malas que sucedieron en nuestro pasado, donde a veces fuiste victimaria y otras veces víctima. Y esto ha sido posible gracias a que Jesucristo me ha perdonado y me ha enseñado a perdonar. Muchas veces culpaste a Teresa de arrastrarme a su religión, pero mira, los años han probado que esa compañera de universidad, que fue mi madre espiritual y ahora mi esposa, ha sido una bendición. Gracias a Dios y a ella tengo esta linda familia. Y es ella la que ahora te recibe con amor para que vivas con nosotros.”
Humberto y Felipe, dos seres humanos que compartieron una misma infancia traumática, pero que hicieron de sus vidas dos historias diferentes. El uno usaba sus miserias como excusas para seguir mal. El otro las usaba como motivos para ser mejor. El uno no supo perdonar y ser perdonado. El otro, sí. Y como Humberto hay cantidades de seres que se la pasan llorando miserias pasadas y sólo cosechan miserias nuevas. Pero gracias a Dios que también hay otros como Felipe, que usan las adversidades como abono para tener vidas mejores.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.