En la cultura popular los letreros fuera de las casas y colgados en las ventanas son una expresión muy típica de la recursividad de la gente para generar más ingresos para el hogar, así es que uno se puede dar un paseo por el barrio e ir leyendo:
“se forran y se pegan botones, se ponen cierres, se hacen ojales y dobladillos”. “Venta de helados, hielo y gaseosas”. “Se tapan goteras y se instalan canales”. “Se dictan clases de algebra, inglés y computación”. “Venta de huevos, pollos, gallinas y pre pizzas”. “Se alquila habitación para persona sola”. “Animación de bautizos, primeras comuniones, cumpleaños, matrimonios, divorcios y entierros”. “Se hacen traducciones y se pasan trabajos en computadora”. “Se reparan televisores, radios, planchas, licuadoras y ollas eléctricas”. «Se aplican inyecciones”.
En la época de los apóstoles de la Biblia había un aviso que tenía una gran significación y era: “Jesucristo es el Señor”. Ese mensaje para nosotros hoy en día no dice mucho, pues la palabra señor es un título que le damos a todo hombre mayor: “Sí señor, a sus órdenes”. “Cómo está usted señor Pérez”.
Pero en aquella sociedad greco romana del primer siglo cuando una persona decía que Jesucristo era el Señor se estaba jugando la vida, pues estaba afirmando, según el original griego del Nuevo Testamento, que Jesús era el “Kurios”, el amo absoluto de todo el universo, el dueño de todo lo existente, un ser más poderoso que el mismo emperador romano.
En otras palabras, cuando alguien confesaba con su boca, después de creerlo en su corazón, que Jesús era el Señor, lo que estaba proclamando era que creía en ese judío que había sido asesinado por el imperio romano como un delincuente, en una cruz.
Y estaba declarando públicamente seguir y obedecer a Jesús como su amo, como su Dios, a riesgo de ser llevado a la cárcel y que se le expropiaran sus bienes, y aún de ser arrojado con toda su familia al circo para ser devorados por los leones.
Esa era la connotación de confesar audiblemente: «Jesucristo es el Señor». Y eso sí que demostraba que alguien era cristiano. Pero, ¿cuál sería el aviso que hoy en día tendría igual significancia? ¿Qué poder decir o colgar en la ventana para anunciar que en esta época posmodernista yo soy cristiano?
El apóstol Pablo dio en el clavo cuando expresó que cada cristiano es un aviso andante de Dios, una carta leída, un testimonio público. Un cristiano debe ser tan transparente como un acuario y por donde vaya la luz de Dios debe estar alumbrando a través suyo. Él es un aviso publicitario andante y la luz del Señor no se debe quedar en su interior sino proyectarse a los demás.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.