(Romanos 12:3).
Cuando un general del antiguo imperio romano regresaba victorioso a la capital después de una gesta militar se le colocaba una corona de laureles, se le subía en su carro y se le hacia pasear por la Vía Apia para que recibiera los vítores de la población apostada a lado y lado del camino.
Además se le ponía a la espalda un esclavo que le repitiera al ído: “recuerda que eres mortal¨. De esta manera se evitaba que el ego del héroe se endiosara y se le retornaba a la humildad poniéndole de nuevo los pies sobre la tierra.
Hoy en día muchas personas precisarían de un empleado que les repitiera lo mismo, pues son tan prepotentes, tan orgullosas, tan infladas y egocéntricas que se creen la mamá de Dios, o la última gaseosa del desierto. Algunas de esas personas son hombres tan apuestos o mujeres tan bonitas que popularmente les dicen “muñecos”, porque son plásticos por fuera y huecos por dentro.
Otros seres humanos, lamentablemente, padecen de lo contrario, de una baja auto estima, y éstos requerirían más bien de un empleado que les estuviera diciendo permanentemente que no se sientan inferiores, que miren a los ojos, que den la mano con seguridad y la aprieten, que pronuncien bien las palabras, que nos les tiemble la voz, que hagan valer sus opiniones y derechos y que no se auto critiquen inmisericordemente. Pues sucede que tales personas se maldicen con frases como:
“Soy feo, nadie me quiere, soy nadie porque mi familia es pobre, soy de un país atrasado, no tengo habilidades, mi vida es un fracaso, esas piernas mías son horribles, no soy buen deportista, soy malo para matemáticas, no tengo ningún futuro, nadie se enamora de mí, jamás obtendré un título universitario«, etc.
En lugar de auto destruirnos deberíamos oír lo que Dios dice sobre nosotros:
«Que somos sus hijos amados, que él nos ve hermosos, que sus ángeles nos cuidan siempre, que desea lo mejor para nosotros y que sus pensamientos sobre nosotros son pensamientos de bien y no de mal«.
Dios quiere que tengamos una imagen de nosotros con cordura, sin caer en los extremos de creernos superiores o inferiores a los demás. Decídete a escuchar la voz de Dios en lugar de escuchar voces con opiniones dañinas sobre ti, aún la tuya. Y si sigues diciendo cosas inadecuadas sobre ti será mejor que te demandes por maltrato psicológico y por daños y perjuicios.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.