No hay ningún problema en que los niños piensen en niñerías, hablen niñerías y hagan niñerías, el problema es que estando ya grandecitos sigan en sus niñerías, puesto que así como crecen sus cuerpos también deben madurar emocional, intelectual y espiritualmente.
Claro, ningún papá o mamá se asusta porque ve a su hijo estirarse corporalmente. Ni tampoco porque lo ve más interesado en su aspecto personal y en agradarle al sexo opuesto. O porque lo nota más calmado y procesando mejor la ira o la frustración. Eso es normal, hace parte del crecimiento.
Pero casi ningún padre de familia, y pocos líderes espirituales, se fijan en la maduración espiritual de los niños y jóvenes. ¿Te sorprende esto? Claro que debe sorprenderte, porque es un tema no tratado. El apóstol Pablo nos insta en la Biblia a madurar en nuestra vida espiritual, a dejar de pensar como niños en los asuntos espirituales y a pensar como gente grandecita. Él dice que hay que ser niños en cuanto a la malicia, pero nunca en cuanto a la forma de razonar en los aspectos inherentes a la vida espiritual.
Doña María, ¿sabes por qué tu lindo Jorgito que era tan espiritual de niño, que vestía impecable y tenía buenos modales, ahora que lleva tres años en la universidad no quiere ir a la iglesia contigo y se ha convertido en un vago mechudo, barbado, de sandalias, lentes pequeños redonditos, mochila artesanal, y se la pasa tocando flauta, leyendo filosofía materialista, pintando grafitis en las paredes y diciendo que su papá es un proletario?
Porque no le ayudaste a madurar espiritualmente, sólo le enseñaste tu liturgia religiosa, lo llevaste a la iglesia a la fuerza y allí sólo escuchó cien veces la misma historia de la multiplicación de los panes y peces y pintó con crayones 100 veces el arca de Noé.
Y claro, cuando por fin llegó a la universidad, donde se supone que le enseñan a pensar, lo deslumbraron con filosofías anti espirituales y le hicieron sentir que por fin salió de la ignorancia y que ya es un ser ascendido intelectualmente.
¡Qué tristeza! Queda orar por lo menos 20 años hasta que se dé cuenta del error y vuelva a Dios, no a buscar la religión de sus padres, sino una relación vital con Cristo. ¿Qué tal si ayudamos a los chicos a madurar espiritualmente, a razonar y vivir la fe bíblica y a ser cristianos firmes, de convicciones y no de emociones?
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.