(Efesios 2:8-10; 1 Corintios 9:24-25).
Cuando un joven se casa le está diciendo sí a su novia y a la vez le está diciendo no a millones de chicas que pudieran ser más atractivas, inteligentes o interesantes.
Por su lado la novia le está diciendo sí a su novio y con ello está renunciando a tener amores con cualquiera de los millones de hombres que pueblan el planeta tierra y que pudieran ser más adinerados y atractivos que aquel con el cual está haciendo un pacto conyugal.
Lo mismo pasa en un restaurante, cuando miras el menú sabes que te vas a comer uno de los platos que está allí, y que al decirle sí a uno de ellos le estás diciendo no a todos los demás.
En la vida estamos permanentemente tomando decisiones, diciéndole sí a algunas personas, cosas y situaciones, y no a miles de otras posibilidades.
La única manera de dar en un blanco, es apuntarle a uno solo y olvidarnos de los demás. La única forma de triunfar en algo en la vida es ocuparnos de ese algo y abstenernos de todo aquello que pudiera distraernos.
Debemos concentrarnos, y ello quiere decir reunir todo en torno a un solo centro, uno solo. Por ello el que quiere lograr el premio se focaliza, se mentaliza en una sola meta y se abstiene de todo lo demás.
El apóstol Pablo, quien conoció las competencias que se celebraban en el estadio de Olimpia desde el siglo VIII a.C. decía que al ver a esos atletas correr por una simple corona corruptible, se sentía inspirado a correr también, sólo que por una corona incorruptible, eterna.
El corría para lograr obtener el premio del supremo llamamiento, para asir la corona que le esperaba en el cielo.
Y no se refería a la salvación del alma, puesto que esa no se la había ganado, sino que la había recibido como regalo de Dios, por gracia.
Él se refería era al galardón, el cual se le daría por las buenas obras que hiciera mientras estuviere vivo en su cuerpo humano.
Mientras que la salvación la había recibido por la fe, gratis, el galardón tenía que ganárselo.
Es por ese motivo que Pablo afirma que así como el deportista se abstenía de muchas cosas que le distraían, él tenía también que decirle no a miles de asuntos para ocuparse exclusivamente de su salvación.
Y ocuparse de su salvación significaba que debía ponerla a producir las obras que Dios ya había preparado de antemano para que anduviese en ellas.
Para él estaba clarísimo que aunque no se había salvado por obras, sí se había salvado para buenas obras.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.