Hay un notable contraste entre lo que es estar lleno de sentimiento religioso y lo que es estar lleno del Espíritu Santo, al punto que una persona, presa de la mentalidad religiosa, puede llegar al extremo de preferir matar a Dios, por no corresponder con su esquema religioso, en lugar de matar a su esquema religioso, y caer de rodillas ante Él.
De ninguna manera el mostrar a los “santos ministros de Dios” en Israel pidiendo al gobernador romano que crucifique a Jesús es una tesis antisemita, no, pues es más que sabido que los cristianos debemos amar a Israel y orar por los judíos. La enseñanza es que debemos permitir al Espíritu Santo que nos colme con su presencia y controle nuestra vida, porque si no haríamos exactamente lo mismo que hicieron las autoridades religiosas judías del siglo I: preferir matar a Dios antes que matar la religiosidad que no nos deja ver a Dios.
En las fiestas matrimoniales aunque los nuevos esposos se vayan, la fiesta no se acaba. Y lamentablemente algunas actividades cristianas podrían ser así, que aunque el Espíritu Santo se fuera del planeta las actividades seguirían iguales, por cuanto nos hemos acostumbrado a la rutina, a la religiosidad, sin importarnos si Dios está o no presente.
Pareciera ser suficiente con que se estime que todo es en su nombre, pero la verdad es que nada que se llame cristiano tiene sentido si Dios no está allí como el centro de todo. Y si a alguien le parece que es lo mismo que Él esté a que se marche, es porque no le está dando el lugar que se merece. Jesucristo es el Rey de reyes y el Señor de Señores, así es que todo debe girar en torno a É l. Su presencia en la persona del Espíritu Santo es esencial.
Pero no es suficiente con que busquemos experiencias puntuales con el Espíritu Santo. No se trata de decir que el domingo sentí esto o aquello. Se trata es de andar con Él permanentemente, no de hacerle visitas. “Andad en el Espíritu”, esa es la orden que le da el apóstol Pablo en la Biblia a los Gálatas en el 5:26. Y andar en el Espíritu Santo no se refiere a tener experiencias puntuales, sino que se refiere a vivir permanentemente lleno del Espíritu Santo y controlado por Él.
No es esperar hasta que me encierre a orar en mi cuarto. O hasta que vaya a la próxima reunión en la iglesia. O hasta que alguien me ponga las manos encima y ore por mí. No se trata de buscar experiencias místicas aisladas o de emociones efímeras con el Espíritu Santo, no, se trata de vivir con Él, a toda hora.
Andar en el Espíritu Santo quiere decir que debo vivir cada segundo de mi vida bajo su control. Debo estar lleno del Espíritu Santo mientras voy por la calle, mientras entro a un supermercado, mientras trabajo, mientras hago deporte, mientras estoy en el baño, mientras oro o canto a Dios, mientras hago fila en el banco o conduzco un auto. Andar en el Espíritu es hacer mi vida cotidiana común y corriente, con la única diferencia de que ya no soy yo, sino Él a través de mí.
El cristianismo verdadero es vida espiritual, no religión. Es cotidianeidad, no liturgia. Es normalidad de vida, no manierismos, gritos, tembladeras y caídas. Y no porque esas manifestaciones espirituales sean malas y haya que burlarse de ellas, no, jamás, sería una falta de respeto, sino porque la verdadera espiritualidad se lleva por dentro y se manifiesta hacia afuera.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.