En una ocasión diez leprosos le salieron al encuentro a Jesús mientras éste iba por el camino y ubicándose a cierta distancia comenzaron a pedirle a gritos que tuviera misericordia de ellos.
El Señor entonces les dijo que fueran a mostrarse al sacerdote para que los examinara. Y cuando estos diez enfermos iban rumbo al templo, se sanaron milagrosamente.
Uno de ellos, de origen samaritano, a quienes los judíos despreciaban por considerarlos de raza y de religión inferior, al verse limpio, se regresó a donde estaba Jesús dando gracias a Dios por el favor recibido y postrándose a los pies de Él.
Jesús entonces le preguntó dónde estaban los otros nueve, porque los que habían recibido el milagro eran diez. Por lo cual el ex leproso le contestó que de los diez sólo él, siendo extranjero, había regresado a darle la gloria a Dios.
Y en verdad, ¿dónde estaban los otros nueve? La Biblia no dice que se fueron de fiesta a emborracharse, o a la playa a broncear la nueva piel acompañados de unas amigas, o a pasear por todos los lugares a donde antes no podían ir por el hecho de ser leprosos.
No, lo que la Biblia dice es que iban camino al sacerdote, al templo, al lugar de adoración a Dios, a cumplir la orden de Jesús de que fueran para ser examinados. ¿Y eso estaba mal? No, ir al templo estaba bien.
Además tenían fe, no eran unos ateos, sino unos creyentes que supieron llegar directamente donde Jesús y pedirle confiados lo que necesitaban. Y fruto de esa fe y obediencia a Jesús fue que recibieron el milagro.
Los diez leprosos iban camino al templo con fe, en obediencia a Dios, y los diez fueron sanados. Hasta allí todo va bien.
La diferencia entre ellos sólo se puede apreciar después de recibir el milagro, no antes. Después de ser sanados nueve continuaron hacia el templo, para el examen que les debía practicar el sacerdote judío y para cumplir con el rito de purificación que ordenaba la ley de Moisés, lo cual es bueno.
Pero sólo uno de ellos, el samaritano, dejó de conformarse con lo bueno y decidió hacer lo mejor. Éste se salió del libreto religioso y se convirtió en un adorador. Por ello dio media vuelta y en lugar de seguir hacia el templo, para cumplir con un ritual, fue y se postró a los pies de Jesús.
Y es que es mejor llegar directamente a Dios a través de una RELACIÓN con Él, que tratar de alcanzarlo a través de una RELIGIÓN para Él.
Al ex leproso la fe le dio una nueva piel, mas la gratitud, un nuevo corazón, el corazón de un adorador.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.