Es inevitable que en la vida haya conflictos, esos siempre van a estar, a toda hora, toda la vida y en diferentes lugares y circunstancias. Lo único que se requiere para que haya conflictos son dos o más personas conviviendo, bien sea en una familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en la calle y hasta en la iglesia, donde se supone que todo es un remanso de paz.
Pedirle a un ser humano que viva en completa y absoluta paz es absurdo, eso ni siquiera se lo pide Dios al cristiano, pues la Biblia dice en Romanos 12:18 que en cuanto dependa de nosotros procuremos estar en paz con todo el mundo. No dice que debemos estar en paz, sino que procuremos estar en paz. Y esforzarnos por estar en paz sí es una misión que debemos cumplir, es por ello que requerimos ser conocidos como apaga incendios y no como provocadores de incendios.
¿Y qué quiere decir eso? Que hay personas que deberían llevar un letrero bien grande y luminoso encima de sus cabezas que diga: “Peligro, trátese con delicadeza, altamente inflamable”. Y es que son como los fósforos, pierden la cabeza cuando se prenden.
¿Y por qué? Porque mientras están contentas, se les da gusto en todo y no se les lleva la contraria, son excelentes en el trato, afables, sonrientes, simpáticas y amorosas. Pero en cuanto les das una negativa a algo que te han pedido, o les llevas la contraria, o te tornas rígido con ellas, entonces les pasa lo del hombre increíble, se van poniendo verdes, se les rompe la ropa y empiezan a botar fuego por la boca.
Las palabras amables que te expresaban, de repente se convierten en insultos, te sacan a relucir todos tus pecados y te declaran su enemigo. Estas son personas que se prenden con nada, son muy inflamables. En cambio un hijo de Dios está llamado a ser todo lo contrario, un pacificador, un mensajero de paz y armonía, un conciliador, un apaga incendios.
Jesucristo enseñó que los pacificadores son personas bienaventuradas y que la misión de los tales es estar en medio del conflicto sembrando armonía, no armando líos. Pero el ser pacificador no significa ser tonto, porque si eres jefe en una empresa y tienes el deber de despedir a un mal empleado, debes hacerlo, aunque el afectado te declare la guerra. Y si eres profesor y debes reprobar a un mal alumno, pues debes hacerlo, porque es lo correcto. En resumen, pon tu mejor esfuerzo por cultivar la paz, siempre, pero si esa paz se rompe, que nunca sea por tu culpa.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.