Cuando las cosas son prestadas las cuidamos con más esmero que cuando son propias, pues al fin y al cabo de lo que es nuestro no tenemos que darle cuentas a nadie, pero de lo que es ajeno sí debemos responder, razón por la cual tomamos toda la precaución en no ir a perder o dañar lo que se nos ha confiado por breve tiempo. Además siempre tenemos presente la idea de que lo que es prestado está más expuesto que lo propio.
Deberíamos de pensar así con respecto a algunos beneficios que recibimos de parte de Dios para nuestro provecho pero que en ningún momento dejan de ser de su propiedad para pasar a ser de nosotros.
Vale mencionar por ejemplo la vida, la cual siempre le pertenecerá a Dios, pero la recibimos para que la disfrutemos, la enriquezcamos, la aprovechemos al máximo y la usemos como algo preliminar a la eternidad en el cielo.
Y si la vida es prestada no dispongamos de ella como si nos perteneciera, sino cuidémosla, pues tendremos que dar cuenta de qué hicimos con ella todo el tiempo que se nos confió mientras estuvimos dentro de un cuerpo material en este planeta tierra.
Sí, básicamente los seres humanos somos un espíritu metido dentro de un vestido material llamado cuerpo, el cual nos es provisto por unos 80 años en promedio para que podamos desenvolvernos en este mundo material, pero tanto el espíritu, que ha sido dado por Dios, como el cuerpo, que lo ha tomado Dios del polvo de la tierra, volverán a sus fuentes tal y como lo declara Eclesiastés en la Biblia en el capítulo 12 versículo siete:
“Y el polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio”.
Y es por ello que una visión de la vida como la del apóstol Pablo nos enseña a ver nuestro paso por este mundo como un préstamo por tiempo limitado. Un cristiano perfectamente puede decir:
“He venido a este planeta por un breve tiempo, pues Dios me ha concedido la vida, la cual es un préstamo que podré disfrutar todo el tiempo que el Señor permita que mi espíritu esté dentro de este estuche de carne y hueso que se llama cuerpo humano.
Y gracias también a que Jesucristo me ha concedido la salvación eterna de mi alma, sé que cuando abandone este estuche provisional, iré a vivir eternamente con Él en el cielo, donde recibiré galardones de acuerdo a las buenas obras que hice estando en el cuerpo”.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.