El apóstol Pablo, escribiéndole a los cristianos de Éfeso les dice que él ora para que ellos puedan comprender la verdadera magnitud del amor de Dios, para que tengan una noción mucho más clara de lo que implica estar bajo su cobertura, bajo su cuidado y su provisión. Pues aunque la gente oiga hablar de ese amor, lo estudie, lo analice, lo memorice y hasta lo enseñe, es tal su anchura, su longitud, su profundidad y altura, que se requiere que Dios mismo nos ayude a entenderlo y a disfrutarlo a plenitud.
Uno de los juegos que uno tiene con los hijos cuando son niños es el de intentar medir el amor:
– ¿Hasta dónde amas al papá y a la mamá?
– Hasta el cielo
– ¡Uyyy eso es mucho! ¿Y cómo es de grande ese amor?
– Así, grandote, grandote –dice el bebé extendiendo sus bracitos
Y el amor de Dios es mucho, mucho más grande que el mismísimo cielo y mar. Y por mucho que me esfuerce en describirlo la verdad es que ni yo mismo lo he llegado a comprender a cabalidad. Eso es como mojarse los pies en la playa y luego presumir de conocer el océano y sus profundidades. Por eso la oración del apóstol Pablo, que debe ser también la nuestra, es por aquellas personas que cierran sus mentes y se niegan a recibir ese amor que el Señor les ofrece.
Hay seres a los que les dices que Dios les ama y les perdona sus pecados, y ellos sólo te contestan: “Sí, sí, yo sé eso, yo sé que Dios me ama y me perdona, pero es que he hecho tantas cosas feas que espero que algún día me pueda perdonar”.
¿Cómo hacer para que crean que el amor de Dios sólo requiere arrepentimiento verdadero? Pues ellos también dicen: “Yo estoy tratando de portarme bien a ver si algún día me gano aunque sea un pedacito de cielo”.
¿Cómo hacerles entender que la salvación es por gracia, que Dios la regala por la fe, no por buenas obras, y que las buenas obras son el resultado de esa salvación? El cielo no se puede ganar, o se recibe o se rechaza, pues ningún ser humano podrá hacer meritos para ir allí, los meritos ya los hizo Cristo por nosotros.
Así es que pregúntate si te atreverías a despreciar ese amor de Dios por ti. ¿Cómo te sentirías si un hijo tuyo se negara a comer, anduviera desnudo y en la calle, simplemente por no entender tu amor y porque no se cree digno de recibirlo?
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.