(Lucas 8:40-48; Malaquías 4:2).
En los tumultos no falta el que quiere llegar primero, el que quiere robar una billetera, el que quiere manosear a una dama, el que quiere devolverse y el que necesita respirar. Un tumulto es una cosa de locos.
A Jesucristo no le fueron extraños los tumultos. Inclusive en una ocasión, en uno de esos apretujones, pisotones y empujones de la gente, notó algo extraño, algo diferente a los acostumbrados nudos humanos, y es que en esta ocasión había salido poder de Él.
Sí, alguien del gentío se había servido un milagro al estilo autoservicio, sin pedir permiso y sin esperar su turno.
La pregunta que entonces hace el Señor en voz alta es: ¿quién me ha tocado? Interrogante que deja perplejos a los apóstoles, pues están a punto de convertirse en puré humano.
¿Qué quiso decir Jesús? Lo que realmente quiso decir fue lo siguiente:
¿Dónde está ese alguien de entre el tumulto que se ha acercado a mí en secreto, pero con plena convicción de que si tocaba el borde de mi manto de oración, que es algo muy sagrado de mi vestimenta, entonces, de inmediato, recibiría el milagro que ha estado esperando durante 12 años y que le ha costado todo su patrimonio?
Y esa persona no es cualquiera, es una que ha sufrido el desprecio familiar, social y religioso por ser inmunda, ya que el flujo de sangre que padece la hace inmunda y la obliga a gritar por la calle que es inmunda, para que nadie se le acerque. Y todo lo que toca queda inmundo, incluso hasta donde come.
Y también conoce la enseñanza rabínica que afirma que el Mesías cumplirá la profecía de Malaquías 4:2 que dice que en sus alas traerá salvación, lo cual es una referencia al manto de oración, el cual, por la acción del viento, se mueve como alas.
Es por eso que quien se hizo el autoservicio milagroso no venía a tocarme las sandalias, ni el cabello, ni el brazo, sino el manto de oración, y en la parte más especial, el borde, en los tzitziyot, que son las borlas.
Y cada una de esas borlas tiene ocho hilos, y uno de ellos púrpura, puesto que simbolizan que somos una nación de sacerdotes y realeza, o real sacerdocio.
La persona que ha hecho que de mí salga un milagro podrá ser inmunda y estar arruinada, pero de tonta no tiene ni un pelo, pues usó su fe ante quien debía usarla y de manera bíblica.
Y no la llamo para regañarla, sino para felicitarla.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.