Claro que es posible saludar sin decir la palabra saludo, bendecir sin decir la palabra bendición, alabar sin decir la palabra alabanza, sanar sin decir la palabra sanidad y amar sin decir la palabra amor. Muchas veces nos quedamos en la comodidad de verbalizar el concepto mas no en practicarlo y nos engañamos al pensar que estamos en lo correcto.
Si tú le dices a una persona: “saludo, oh sí, saludo, saludo”. Lo más probable es que se te corra pensando que eres peligroso, pues aunque le expresaste la palabra saludo realmente no se ha sentido saludada. En cambio, si le dices: “hola, que bueno verte, cómo estás”. En este caso sí la saludaste, aunque ni le mencionaste la palabra saludo.
Si le tomas la mano a una persona y le dices con tono sincero: “bendiciones, oh mi hermano, bendiciones”. No le estás bendiciendo realmente, sólo mencionándole la palabra bendición. Lo que debes hacer es declarar sobre su vida un favor especial de Dios, pues eso es lo que quiere decir bendecir, traducción en la Biblia de la palabra griega “eulogeo”, que es elogiar, bien decir, no maldecir, sino bien decir. De manera que si deseas bendecir por ejemplo a un hijo que sale de viaje, dile algo como: “que el Señor te lleve y te regrese con bien, que te guarde de todo mal y peligro y te permita disfrutar y aprovechar este viaje para que vuelvas feliz”.
Si en un aeropuerto abordas a un famoso deportista y le dices: “te alabo, te alabo, oh, sí, sí, te alabo”. Lo más probable es que lo asustes y llame a la policía para que te retire. En cambio, si te le acercas y le dices: “Disculpa te tomo un minuto, sólo quería expresarte mi admiración por el gran trabajo que has hecho este año, de verdad que has dejado muy en alto los colores de nuestra bandera y eres el justo ganador de todos tus trofeos. Felicitaciones”. Con toda seguridad que dicho personaje se sentirá alabado y agradecido por tu admiración.
Lo mismo sucede con algunos cristianos que quieren alabar a Dios. En lugar de expresarle el porqué le alaban, lo que hacen es repetirle la palabra varias veces. Y acontece también con algunas canciones dirigidas a Dios y que carecen de contenido. Es probable que en algún hospital puedas ver a un equipo de médicos sanando a un enfermo sin necesidad de sacudirlo por los hombros y gritarle: “sanidad, sanidad, oh sí, sanidad”. Y en cuanto al amor el apóstol Juan no enseña en su primera epístola a no ser tan retóricos y volvernos más prácticos. El amor al cual nos llama Dios no es el se queda en solas palabras, o en el nivel místico, donde le agarramos la mano a alguien y luego le abrazamos mientras le susurramos: “Oh, sí, mi hermano, te amo, te amo, el Señor sabe que estás muy dentro de mi corazón”.
Tampoco el amor que se queda en lo sentimental y nos emociona hasta erizarnos. Dios nos pide que vayamos al siguiente nivel, al amor práctico, al amor que se demuestra con hechos y no sólo con gestos y palabras. El amor que se interesa por las necesidades materiales y espirituales del otro. El que nos hace preguntar y sacar la billetera para servir.
El amor que le tiene paciencia a los demás, que los apoya en sus luchas, que los consuela, que los anima, que los acompaña y ora por ellos. Ese es el amor que debemos dar, y que, la verdad sea dicha, también necesitamos nosotros.
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Tomado de:
«Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.